Todas las estrellas 2

CAPÍTULO 1~ALMA

Después de sentarnos en las escaleras de la escuela y mirar unos segundos al infinito (que en realidad no era infinito ya que se acababa en las casas que había enfrente), Amèlia decidió romper el silencio:

-Alma, tienes que contarme qué fue lo que pasó. No puedes quedártelo todo para ti.

No le hice caso y seguí mirando al "infinito".
La entrada al colegio era pequeña, franqueada por una valla bastante alta debido a los intentos de escape. La valla estaba hecha de hierro un poco oxidado. Se notaba que el conserje no amaba su trabajo. Otra de las pruebas de esa teoría era que los arbustos estaban mal tratados y llenos de colillas. Para seguir con el "look" despreocupado, el edificio estaba hecho de ladrillos desgastados. Lo único rompedor eran las ventanas recién cambiadas de color azul cielo. ¿Qué sentido tenía que fuesen de ese color? Lo único que hacía era dañar la vista de quién miraba el instituto Cifuentes.

-Alma, por favor. ¿Confías o no en mí? Porque si no confías, esto no tiene ningún sentido.
-No es eso. Es que... Amèlia, entiéndeme.-Dije con un pequeño suspiro.
-Está bien, está bien.

Siempre me ha costado mucho expresar los sentimientos y hablar de cosas realmente importantes. Cuando mi abuela murió, no hablé durante una semana. Para mí, ella era como una segunda madre y fue un golpe terrible. Aunque no hablé, lloré mucho. Estuve tres noches seguidas llorando. Después, mis padres quisieron llevarme al psicólogo pero no sirvió de nada. Me negué a hablar. Así que con el tiempo fui recuperando un poco la normalidad pero nunca hablé de ello con mis padres. Creo que fue en ese momento en el que nuestra relación empezó a empeorar.

Amèlia se levantó y se estaba marchando cuando la cogí por el brazo.
-¿Adónde vas?
-Alma, si no me vas a contar nada me voy. Tengo otras amistades y también me interesa estar con ellas, ¿sabes?
La solté. Se marchó. Entonces volví a notar el agujero en el pecho, desgarrándome. Me levanté y salí del colegio. Nunca había sido demasiado buena en el tema de hacer amigos. Me habría sentado sola en el comedor si no hubiera sido porque teníamos sitios asignados. Pero me daba igual. En el comedor siempre me dedicaba a comer y a leer, nada más. ¿Para qué necesitaba el mundo real cuando tenía a los libros?

Después de caminar un rato, llegué a un parque que estaba cerca del colegio. Tenía la costumbre de sentarme siempre en el mismo sitio, debajo de un limonero. Una vez bajo su apacible sombra, me dedicaba a escuchar Lemon Tree de Fool's Garden. Muy tópico, ¿no? Pero eso me relajaba, era mi espacio, mi mundo.
A veces me pregunto por qué la gente escoge siempre el camino más fácil. ¿Qué tiene de emocionante? Seguro que me responderéis: pueden escogerlo por falta de tiempo o de ganas. Pero exactamente ése es el problema. Vamos demasiado rápido como para pararnos a contemplar y pensar. Y con toda la tecnología que tenemos para hacernos la vida más fácil, se nos van las ganas. ¿En qué clase de mundo vivimos? ¿por qué todo es tan materialista?
Inmersa en mis pensamientos, no me di cuenta de que había más gente bajo aquel limonero.

-Tía, ¿te importaría mucho marcharte de una puta vez de aquí? ¿Estás sorda o algo?
Abrí los ojos y vi que delante de mí había una chica. Llevaba una camiseta con un nudo hecho alrededor de la cintura y unos pantalones muy cortos. El pelo lo llevaba recogido en una coleta en forma de fuente. Sus labios estaban pintados de color rojo y llevaba máscara de pestañas. Movía la boca escandalosamente mientras mascaba un chicle.
-¿Que no me has oído? ¡Que te las pires!
Me levanté tranquilamente recogiendo mis cosas. No quería malos rollos ni problemas. Además, estaba oscureciendo y debía volver a casa. Así que empecé a andar dejando atrás a aquella chica que se creía la reina del mundo. ¿Acaso todo el mundo debía obedecerla? No, pero ese día no me sentía con fuerzas de plantarle cara. Tenía una costura en el pecho que se iba abriendo un poco más cada segundo que pasaba, como si alguien la estuviera abriendo. Y dolía, dolía mucho.

Llegué a casa y estaba vacía, como de costumbre. No se podía esperar nada más que oscuridad y silencio pero ya me había acostumbrado a ello. Dejé la mochila en el escritorio y saqué el libro de biología, una asignatura que en general no me apasionaba. La digestión de los anfibios. Un tema muy interesante. Empecé a estudiar pero la costura intentaba llamar la atención, como un niño pequeño que no puede estar sin su madre. No me podía concentrar así que dejé biología y fui a beber un vaso de agua, a ver si se me pasaba.
Fui a la cocina y bebí un vaso de agua muy fría, mi favorita. Parecía que el dolor había pasado así que me dirigí a la habitación. Me senté en mi silla y cogí el libro para volver a estudiar. De repente noté como si me clavaran un cuchillo justo donde estaba mi costura e intentaran hacerla más grande. El dolor fue tan insoportable que se me nubló la vista y dejé caer el libro al suelo. Me retorcía sobre mí misma sufriendo en silencio, intentando no romper aún más la atmósfera que reinaba la casa. Fui a la cocina medio, arrastrándome medio corriendo. El agujero de mi pecho sangraba ostensiblemente. Observé la encimera. Un destello plateado. Después, oscuridad total.

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