El mendigo

Este relato lo hice para la clase de castellano como reflexión a raíz del libro "La lección de August".

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Llevaba una hora sentado en la acera de la calle más concurrida de Sevilla y nadie se había molestado por darle una mísera moneda. Sabía, como todo el mundo, que estaban en crisis y que la gente debía apretarse el cinturón para llegar a final de mes. Él también lo había sufrido y por eso estaba allí; le habían embargado la casa y le habían despedido, todo ello en menos de unos meses. Su mujer entró en estado de shock las dos veces que él tuvo que comunicarle las malas noticias. Pero habían salido adelante. Ella estaba haciendo cola en Cáritas, a ver si conseguía algo de comida como mínimo.  No era que ella no tuviese trabajo, lo tenía. Ella trabajaba en un banco atendiendo a los clientes pero la cesaron unos meses antes del despido de su marido por negarse a vender preferentes, esos productos financieros con los que ya habían estafado a tanta gente en el país. El mundo iba acelerando en coche por una carretera que acababa en precipicio y no quería dar media vuelta.
De repente, una niña de unos cinco años se le acercó. Examinó su rostro con curiosidad intentando averiguar el porqué de su expresión triste. “Solo tengo a mi mujer” le hubiera gustado decirle pero era demasiado pequeña como para comprenderlo. La niña intentó animarle mostrándole una amplia sonrisa. Él, conmovido, esbozó otra sonrisa.
-Hola. ¿Cómo te llamas?-Preguntó inocentemente la niña.
-Tomás. ¿Y tú?
-Me llamo Elisabeth. ¿Se te ha acabado el agua y quieres más? ¿Por eso tienes este vaso?
Sonrió ante la ocurrencia de Elisabeth. Su madre no debía haberle mostrado la cara más cruda de la realidad en la que estaba viviendo así que era  normal que no supiese qué hacía allí. Pero, ¿era “normal” que la madre no le hubiese mostrado aquello? Era pequeña, lo entendía, pero Elisabeth parecía no tener ni idea de lo que sucedía en el mundo en aquel momento.
-No, guapa. Necesito dinero para comprar comida y bebida.
-¿Y nadie te ha dado? ¿Por qué?
-La gente es muy mala.
Eso hizo pensar a la niña.
-Si te doy dinero, ¿seré buena?
-Claro.-dijo sonriendo, complacido de que su nueva amiga quisiera darle algo.
La niña se giró y fue corriendo a pedirle dinero a su madre. Primero la madre rechazó contundentemente la propuesta de la niña. Tras un rato de insistencia, Elisabeth consiguió dinero y fue dando saltos hasta donde se encontraba el mendigo. Cuando estuvo delante de él, le sonrió muy feliz y llamó a su madre:
-¡Mamá, mírame! ¡Mira que voy a hacer!-dijo gritando. Después dirigiéndose al mendigo dijo-Mi mamá dice que tengo que ser buena así que si te doy una moneda ella verá lo buena que soy.

Ante la cara sorprendida de Tomás, la madre de Elisabeth se giró y vio orgullosa como su hija le daba una moneda a un mendigo y volvía hacia ella muy feliz. El mundo no podía caer más bajo. Todos eran unos interesados. La niña solo quería darle dinero para que su madre estuviese orgullosa de ella, quería algo a cambio. En realidad, si se ponía a pensar, incluso él mismo, todo lo que hacía lo hacía por interés; estaba con su mujer porque la quería y porque ella le daba una satisfacción a él, había trabajado porque necesitaba el dinero… Todo era interés en él y de repente se sintió la persona más ruin del mundo. Entonces se le ocurrió una idea para cambiarlo pero era una locura. O quizás no… ¿Y si elegía ser amable sin esperar nada a cambio?

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